Cuando empecé a ganarme la vida con mis primeros encargos fotográficos, hace ya más de 25 años, tenía dos “vicios’” claros, la música y los catálogos de fotografía. Por aquel entonces todavía no había montado mi primer estudio y, por tanto, aun no era consciente del significado de “vivir para pagar”. Mis únicas inversiones eran los discos y los libros, y la verdad es que tampoco me planteaba aspirar a mucho más. Era feliz con tan poco o… con tanto, según se mire.
Todavía hay quién se sorprende cuando se entera de que uno de los sacrosantos nombres de la historia de la fotografía, Robert Capa, no existió como tal más allá del mito. Y los hay que llegan a palidecer cuando les cuentas que gran parte del material fotográfico atribuido a este imaginario fotógrafo norteamericano es, originalmente, obra de dos autores diferentes. La confusión es tal que, a día de hoy, todavía es un auténtico quebradero de cabeza atribuir la autoría original de cada fotografía de la primera etapa de Capa.
Hay en Internet un debate sobre la autoría del primer “selfie de la historia” (pongamos comillas, por favor) y el marco temporal en el que este se obtuvo. El debate, más allá de romperle los esquemas a algún millennial al situar la primera acción atribuible al término anglosajón selfie fuera del siglo XXI y sin opción de carga en Instagram, conlleva otro debate secundario (o quizás sea el principal) sobre la definición correcta de lo que se supone que es un selfie.
En 1995 creo que vivía una auténtica agitación emocional interna. Me sentía solo porque no conectaba con mi entorno del mismo modo en que lo hacía el resto de la gente de mi edad. Pero por otro lado, como ya he dicho, me gustaba estar solo porque me permitía desarrollar todas esas cosas que me llenaban de verdad (la fotografía, la música, los silencios…). Creé un espacio emocional propio que transmutó en un espacio físico (el piso) que se convirtió en una especie de ‘república independiente de mi mundo’ en el que todo y todos estaban de paso y yo era el anfitrión. Bienvenid@s al mundo raruno de Bernat.
Recuerdo una reseña escrita a raíz de una exposición fotográfica que hice, hace ya más de 20 años, en la que el autor de esta tildó mis imágenes de «paisajismo en blanco y negro». Por entonces yo era bastante más joven de lo que soy ahora (optimismo de xennial fofisano) y como el desencanto todavía no me ha había dado fuerte en la cara, aún soñaba que, con el tiempo, me haría un hueco respetable en el olimpo fotográfico...